miércoles, 9 de febrero de 2011

De conductores a asesinos impunes

Así he de llamarlos, asesinos. Individuos irresponsables, en ocasiones embriagados, despistados, atravesados, incultos, inconscientes de su entorno y carentes del mínimo de educación para ponerse detrás del volante de un carro, bus, taxi, camión, tractomula, flota, lo que sea. Acaso a alguien que reúne una o varias de estas características y que además provoca un accidente dejando víctimas mortales, ¿no se le llama asesino?

Con mayor o menor culpa, con la justificación que sea, si todo parte de su propia irresponsabilidad, por pequeña que sea, una persona así sencillamente no debería volver a tocar los pedales ni el timón de un carro. Ni de una bicicleta siquiera por el bien de la sociedad. Los conductores, de todas las denominaciones y sin discriminación alguna, parece que ya se hubieran tomado como deporte manejar un vehículo como los peores salvajes, atravesarlo entre cada espacio posible, casi para rayarlo a propósito, ignorar las señales de tránsito, a los peatones, a las ambulancias -otras que también incurren en innumerables salvajadas, porque no hay otro nombre-, a conductores que por decentes los toman por ineptos, o "poco vivos".



Muertes como esta son pan de cada día en Bogotá, donde una sola vida debería valer y doler tanto como la de un número cualquiera de ellas. Pero en esta sociedad de costumbres absurdas, donde la hasta las masacres se nos volvieron algo que no nos afecta, sencillamente no podemos esperar que el grueso del pueblo tenga conciencia de cuán importante es cuidar la vida humana, en un espacio tan sensible como son las vías de nuestra ciudad y en general, nuestro país.

A muchos les terminó sonando a discurso trasnochado, a cliché, a regaño o a cantaleta, la insistencia de Antanas Mockus en pregonar que "la vida es sagrada", como una de las frases que utilizó en su campaña presidencial. Pero no lo hizo motivado sólo por ello, ni era tan reciente como su campaña esta frase, sino que había hecho algo similar con ella cuando se decretó la Ley Zanahoria durante su primera alcaldía y además tenía motivos personales. Un amigo muy cercano había muerto, no por causa de algún conductor irresponsable, sino de la violencia reinante y campante en la década de los 80. Total, a la final las dos cosas vienen forjando el mismo tipo de persona. Esa que quita vidas. Y para el caso que me impulsa con rabia y dolor a escribir esta pequeña reflexión, hay muchos hombres y mujeres al volante por ahí, rodando sobre las calles y carreteras del país, retirándole la oportunidad a una persona, o muchas, de vivir. Y lo clásico: justicia no ha habido y difícilmente habrá sobre ellos. Y así lo muestran incontables accidentes que a diario ocurren a lo largo y ancho del territorio nacional. Para la muestra un botón, o bueno dos. Para el caso un par de videos de incidentes recientes donde cinco personas perdieron la vida. Qué expresión tan particular, ¿verdad? "Perder" la vida, como si quien lo provoca ganara en algún sentido.



¿Qué debemos hacer entonces en este país, para que no siga habiendo asesinos sueltos luego de comprobarse que efectivamente son homicidas (en el grado que sea) y un peligro latente para la sociedad? Tal vez endurecer las penas, modificar la ley, ¿no? Mi opinión es que eso está lejos de resolver instantánea y mágicamente el asunto. Mockus logró algo intangible pero totalmente útil en la sociedad bogotana a mediados de la última década del siglo pasado. Eso es lo que, en mi opinión, inicia un verdadero proceso de cambio. De nada sirve endurecer las penas para estos asesinos sobre ruedas -y no hablo de sicarios en moto-, si de todas formas, de ser así, las calles se llenarían aún más de irresponsables y borrachos con pase en mano cometiendo todo tipo de infracciones y delitos, que muchas veces se quedan en nada.

En cambio, le sería bastante útil a la ciudad y a las empresas que manejan el transporte público (privadas, irónicamente), contar con mecanismos de educación, de mínimo graduar de bachilleres a sus empleados, como se está intentando lograr recientemente en Bogotá. A la vez promover campañas, tantas como fueren posibles, de educación, responsabilidad y cultura en las vías, para los conductores, así como de concientización para la ciudadanía en general. A nuestro exalcalde lo tildaron de payaso cuando quiso utilizar tarjetas didácticas y mimos en las calles para culturizar (no civilizar porque es paradoja aquí), a una ciudad, repleta de personas conduciendo endemoniadas y transeúntes que desconocían casi en su totalidad las normas básicas para movilizarse.

Lo malo, es que, como todo en el país del sagrado corazón, se nos olvidó y poco a poco fuimos volviendo a lo mismo. Esa sí que es una particularidad difícil de extirparle al colombiano en su ser, la amnesia colectiva. Entonces, si no ponemos el mínimo de intención de promover una cultura y campañas de cambio, en pro de exorcizar la inconsciencia e insensibilidad colombiana, y si no reforzamos y utilizamos de vez en cuando nuestra memoria, individual y colectiva, seguiremos en esta espiral de impunidad y cuasi-psicópatas con pase.

A propósito: A quien corresponda, ¡feliz día del periodista!

No hay comentarios:

Publicar un comentario